Es imposible prepararse emocionalmente para tu primera Ryder Cup. Me di cuenta nada más poner el pie en París. No hay nada igual en el mundo del golf.
Poco importa lo que te cuenten los veteranos, las experiencias previas, las historias que oyes… Todo eso es muy emocionante y sirve para hacerte una idea, pero al final no tiene nada que ver con lo que vives una vez estás dentro. No hay manera de estar listo para ese tee del 1 hasta que no lo sientes en tus carnes. Juegas para ti y para mucha gente. Es un instante único.
La semana fue grandiosa, espectacular. Un sueño. Sólo hubo un momento malo. El primer día, tras el partido contra Justin Rose. Fue duro. Perder el punto y teniendo yo un putt para empatar en el hoyo 18. Un palo fuerte. Me afectó mucho. No tanto por mí como porque me invadió una sensación horrible de que había decepcionado al equipo, había fallado a los compañeros. No sabía dónde meterme…
Me vino muy bien hablar esa tarde con José María Olazábal. Me tranquilizó. Me explicó que era lógico que estuviera enfadado, pero me dijo que tenía que borrar de mi cabeza que había decepcionado al equipo. Fue la gran primera enseñanza de la Ryder. Claro que es una competición de equipo, de grupo, de piña, pero al final lo más importante esa semana es ser capaz de jugar tu golf y jugar para ti. Cuando estás en el vestuario es equipo, equipo y equipo. Pero cuando estás en el campo eres tú y tu golf. Y eso es lo único que hay que pensar. Fue una semana muy divertida, de muchísimo aprendizaje y nuevas amistades.
También me di cuenta de que se puede ser muy importante para el equipo aunque no estés jugando. Hay que transformarse y puedes ser muy útil, apoyando, animando al público… Me sentí como el Jugador Número 12 en un partido de fútbol. En este caso, sería como el Jugador Número 9. Me lo tomé muy a pecho, lo disfruté. De algún modo, siento que desde fuera también se pueden ganar partidos, o al menos ayudar a ganarlos. Esa sensación fue muy emocionante.
Me quiero detener especialmente en el partido del domingo con Tiger Woods. En todo el proceso. Quiero transmitiros todo lo que me pasó por la cabeza, lo que sentí en los instantes cruciales. Recuerdo, por ejemplo, que me enteré que iba a jugar con Tiger Woods a las siete de la tarde del sábado. Aún estaba en el campo porque Kelly había ido a la tienda de merchandising a comprar algunas cosas y la estaba esperando. Yo sabía que iba a jugar en cuarto lugar. Cogí el papel y leí despacio: Rory con Justin Thomas, Casey con Koepka, Rose con Simpson y… ahí estaba yo: Jon contra TW. Lo primero que dije fue: me toca con un Tiger que acaba de ganar un torneo, que jugando solo lo va a hacer muy bien, que aún no ha ganado en esta Ryder y que va a salir a tope… Sinceramente, entré un poco en pánico…
Esta tarde hice mucho trabajo mental, de hablar, conversar, prepararme. Tenía que hacerlo. Tuve una charla larga por teléfono con Joseba del Carmen, después con McDowell, que aún estaba en el vestuario, con Thomas Bjorn y con Tommy Fleetwood. Jamás olvidaré lo que me dijo Tommy. Fue lo más importante en ese instante. Se me quedó grabado. Me dijo: “Lo primero que tienes que recordar es que ahora mismo tú eres mejor jugador que él”…
La frase resonó varias veces en mi cabeza. La tenía que asimilar. Para mí Tiger Woods es el mejor jugador de la historia y mi ídolo. No era fácil encajar esas piezas. Pero Tommy me insistió: “ahora eres mejor jugador que él. Si tú tienes un buen día, vas a ganar a Tiger cien por cien”. Después volví a hablar con Joseba y dormí bastante bien para lo que tenía encima…
La idea principal antes del partido era estar muy dentro de mí, pensando en mí mismo. Decidí no mirar a Tiger en todo el partido. Para mí era como una mancha azul. Estaba jugando yo y yo era la único importante. Daba igual quién estuviera a mi lado. Fue un trabajo muy duro, pero creo que fue la clave… Por cierto, antes de salir a jugar, la mañana del domingo, me llegó un mensaje de Tommy al móvil. ¿Sabéis qué decía…? “Recuerda que eres mejor que Tiger…”.
También fue importante la charla con Thomas Bjorn. Me dijo que la piedra angular de muchas victorias de Tiger es que no comete muchos errores y explota los de los contrincantes”. Me había quedado claro que no podía fallar golpes. No podía darle ventaja. Lo hablé con Adam. Esa era la estrategia. Era vital poner la bola en calle. Sólo fallé una. Ahí estuvo una buena parte del éxito. No le di muchas opciones.
En este sentido, tuve la suerte o el don de la oportunidad de ganar el hoyo 1. Eso me permitió salir primero hasta el 9. Me dio ventaja. Le puse mucha presión y él falló algunas calles. Tiger estuvo espectacular en los greenes. Metió mogollón de putts y fue la clave para que el partido se alargara. De no ser así, creo sinceramente que podría haber ganado en el 15 porque yo estaba jugando muy bien.
Uno de los momentos más duros del partido llegó en el hoyo 16. Fallé un putt de un metro para par y Tiger se puso uno abajo y dos hoyos por jugar. Me dio un bajón de cuidado. No era la situación ideal, ni mucho menos. Aún no habíamos ganado ningún punto completo y ahora todo estaba en manos de un novato, que nunca antes había jugado con Tiger, que venía de fallar un putt corto en el 16 y que aún no había ganado en la Ryder. El panorama, así a bote pronto, era bastante inquietante. No sabía dónde meterme…
Necesitaba soltar toda esa presión, resetear y meterme en la cabeza un mensaje positivo. Recuerdo que di diez pasos a cámara lenta, me metí en mi mundo, aislado completamente y me dije: “vas uno arriba y quedan dos hoyos por jugar. La ventaja es mía y en el 17 se puede hacer birdie…”. Tampoco olvidaré que camino del tee, Justin Rose me dijo exactamente eso…
Quería concentrarme sólo en mi golpe y tome la decisión de no mirar la salida de Tiger Woods. No quería saber dónde había acabado, si estaba en calle o en el rough. En ese momento me metí en una burbuja, estaba yo solo, con mi bola, mi driver y la calle del hoyo 17 por delante…
No fui a darle fuerte a conciencia, pero la bola salió como un cohete, muy recta y abriendo un poco. No esperaba hacer 370 yardas… Después, vi que Tiger no estaba en calle y ya sabía que desde el rough no la podía poner en green. Otra vez me tenía que centrar en mi golpe.
No sé si casualidad, el destino o yo qué sé, resulta que estaba en el primer corte de rough a 118 metros de la bandera. En el hoyo 1 también estaba en el primer corte de rough y tenía 117 a bandera. Era prácticamente el mismo golpe 16 hoyos después. En el 1 la dejé a un metro y aquí la puse a metro y medio. Ahí llegó el otro gran momento de presión del día… y de toda la Ryder.
Si metía el putt ganaba el partido. Tenía cinco pies, algo más de un metro y caía un poco de izquierda a derecha. Jamás había estado en una situación así. Con un putt de birdie de metro y medio para ganar un partido en la Ryder Cup… y ante mi ídolo. Me centré en mi rutina habitual. Hice tres swings de práctica y me fui detrás de la bola. En ese instante, con todo en silencio, un espectador gritó: “hazlo por Seve”. Mi primer pensamiento fue “venga ya, no me lo puedo creer…”. Si no quieres presión, toma dos tazas… No obstante, enseguida le di la vuelta y me motivé mucho con ese grito y me dije: “la voy a meter porque Seve seguro que la metería”.
Los siguientes diez segundos fueron la locura. Ahí salió todo lo que llevaba dentro guardado en esos días, en esas horas tan tensas. Fue una felicidad enorme y le pedí perdón a Tiger por la celebración. Fue una reacción noble y estoy seguro de que lo entendió. No es lo que él quería que hubiera pasado, obviamente, pero sentí su empatía, sabe cómo soy, y lo entendió bien. No quería que nadie pensara que era una falta de respeto, al revés. Le dije que había sido un honor jugar con él, que era mi ídolo y que era un sueño que un chaval de Barrika hubiera podido llegar hasta aquí.