Ovejas golfistas

En The Curragh, el campo de golf más antiguo de Irlanda, conviven plácidamente jugadores y ovejas, que pastan a sus anchas

foto

    Quién ha dicho que el golf ataca el medio ambiente? ¿Y que sólo busca favorecer la especulación y acabar con el agua que bebemos? Habrá de todo por esos campos de Dios, pero el ejemplo que proporciona The Curragh, en pleno centro de Irlanda, es de los que merece la pena ensalzar. La Isla Esmeralda presume de ser la que tiene mayor número de campos de golf por metro cuadrado del mundo: es fácil deducir que todo lo que toque a este deporte es casi un asunto de identidad nacional. Pero eso no significa que en virtud del palo y las bolas se sacrifiquen otros valores igualmente sagrados para ellos.

Irlanda es un país verde; deportivo y ganadero a partes iguales. Cuenta con los adelantos de la Europa comunitaria y, al tiempo, mantiene el sabor de las viejas tradiciones. Y una de ellas es la de la cría de las ovejas. Se utilizan tanto para alimentación como para lana, y representan una parte importante de la economía de la República.

Por eso, para evitar cornadas entre bueyes, cuando el golf y los bóvidos entran en conflicto no tienen más remedio que apañarse. Y en el condado de Kildare han encontrado la mejor manera.

The Curragh es el campo más antiguo de Irlanda (data de 1852) y tiene una historia ligada a la nobleza y a los militares. Sobre todo desde que, en 1922, pasó a formar parte de las instalaciones del Ejército que lo utilizó como base en la Guerra Civil un año más tarde. Desde entonces comparte instalaciones con los cuarteles y la mitad de sus 1.400 socios pertenecen al Cuerpo.

Otro de los rasgos distintivos de este recorrido son los hipódromos y las amplias praderas que lo circundan, elegidas por Mel Gibson para rodar las escenas épicas de «Braveheart». ¿Lo que hay que ver!: las batallas por la independencia escocesa se filmaron en la isla vecina… Es la magia del cine.

Pero lo que llama la atención a cualquiera que se acerque a este club, a 40 kilómetros de Dublín, es la plácida convivencia que mantienen los jugadores y las ovejas. Éstas llevan pastando desde siempre en sus praderas y tienen todo el derecho del mundo a seguir haciéndolo, como han demostrado los tribunales cuando se ha intentado delimitar los terrenos de cada cual. Al igual que sucede en España con las cañadas, allí se respetan los hábitos históricos, y los de los animales no son menos importantes.

Así las cosas, lo mejor es llevarse todos bien. Y las ovejas pastan por su lado mientras los golfistas juegan por el suyo. Existe un acuerdo tácito por el que los animales se apartan cuando ven llegar a las personas (tampoco es que tengan muchas ganas de pelea, que digamos) y, al final, la molestia para los humanos se reduce a los excrementos que siembran el recorrido.

Observado desde un punto de vista económico, es dinero que se ahorran en abono y siega, pues el parque de maquinaria de jardinería es más reducido que el de un campo habitual. Y en cuanto a las eventuales interferencias en el juego, lo mejor es aprovecharse de la regla local para la ocasión. «Si la bola cae en residuos animales puede marcarse, limpiarse y colocarse en el punto más cercano». Así, todos contentos.